17.12.12

Sesión 1

Quizas uno vuelva siempre a los mismos lugares más por miedo que por amor; siempre va a haber puertas, cuartos y paredes que me van a hablar de lo mismo, estén acá o en alguna ciudad a la que nunca fui. 

Siempre en los mismos días, y con la misma incertidumbre vuelvo a escribir algunas de estas líneas, que tienen como única conexión lo inconexo, lo inservible. Siempre y lleno de dudas, pensando en para qué, pensando en para quién, concluyendo en que no me importa, mintiendome un poco para no cortar la racha.

Cuando algo cumple años se nos antoja viejo. No medimos, algo tan obvio, barato e inmediato, como el hecho de que siempre va a ser más joven que lo que será al año siguiente. Por eso, y por que nos satisface sentirlo lejos, es que tanto dolor se nos antoja viejo. 

Cuando por alguna razón inexplicable intento abrir ese cajón, hay tanto polvo y telarañas que no, que desisto que lo cierro, que lo olvido. Total para qué. 

En cierto punto, pasado tanto tiempo, empiezo a creer que dejándolo cerrado le hago el mejor homenaje, la mejor custodia. Que abrirlo sería exponerlo a mucha contaminación, mucho manoseo (más del que ya sufrió, que ja!, ya es más que mucho) a una nueva y agónica vida.

Voy a dejarlo ahí, mejor, en ese altar de tercer cajón. Entre las hojas de esa biblia de apuntes y libros viejos. Mejor que descanse ahí, con los restos de lo jóvenes e inmortales que fuimos.

Voy a dejarlo ahí, y lo que es más, voy a dejarme a mí. Si yo tampoco necesito eso, esos sacudones, esos shocks de hielo. Necesito sol y dormir un poco, nada más que eso. 

Envejeció el dolor y también están viejos mis nervios. 

Mis reflejos con Alzheimer prefieren llorar un rato en secreto antes que revivir lo que está inevitablemente muerto.

No hay comentarios: